miércoles, 31 de agosto de 2016

Vive, maldita sea.

La mierda fluye colina abajo, poco a poco se va diluyendo, por eso subí hasta la cima, sabía que la gravedad me ayudaría. La ansiedad es muy puta y cuesta domarla como a un toro bravo, te subes sobre ella y al primer trote ya estás en el suelo y con más agujeros que un colador. Pero ni las cornadas ni los huesos fracturados pueden pararme, yo siempre permanezco en el cajón de salida esperando mi momento aferrado a su lomo. Estoy rodeado por la pena, pena en el congreso, pena en las calles y en las caras de la gente que amo, al carajo con todo eso, no sé ustedes pero yo voy a intentar ser feliz una vez más.

Pasan las semanas, los meses y los años y yo sigo sintiéndome el mismo niño, lo de la adolescencia era un cuento, el dolor persiste durante el resto de tu tiempo. Unos problemas sustituyen a otros, las prioridades son derrocadas también por otras de su mismo género y al final lo único que perdura es el sentimiento de no haber conseguido siempre lo que uno apuntaba. No me importa igualmente, yo mantengo mi fe, guardo un pedacito de ilusión para cada momento de dolor, raciono la poca esperanza que me queda y al marcharse el chubasco el cielo me regala algunos rayos de Sol.

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