miércoles, 17 de agosto de 2011

Hey, espera, tengo una nueva queja... (1)

Toda la noche, hablando sobre asuntos que taladran mi cerebro, constantemente desolado por el rumbo que parece decidiste que tomásemos. Dado que es tarde, decidimos posponer para otro momento más propicio la medio discusión medio reiterada declaración de nuestros sentimientos mutuos. En cuanto mi alborotado cabello hace contacto con la almohada y mi cuello descansa el peso de mi cabeza, emprendo el viaje hacia el mundo de los sueños. Despierto a las pocas horas, una horrible pesadilla que comenzaba del mejor modo posible; tú y yo juntos, finalizaba de un modo desastroso y realmente desagradable y repentino.

Queda poco tiempo para nuestro encuentro, el encuentro que tanto he necesitado; aunque supiera perfectamente que no te dignarías a besarme. Apenas puedo reconciliar el sueño, y pasadas decenas de minutos me digno a entablar relación con el teléfono móvil, busco tu nombre en la agenda, ahí está, como una representación escrita de mis deseos y la invocación absoluta de mi líbido, una representación de ti.

Tras llamarte, me visto, pero no hay prisa, tengo tiempo de sobra. Me atavio del peor modo posible y emprendo aún medio dormido el breve trayecto que nos separa. Llego a la parada del bus, pero tú aún no te has presentado. Escucho pasos, y a cada persona que cruza la esquina le dedico una profunda mirada de desolación creyendo como un iluso que eres tú. En cuanto apareces por fin, me dedicas un abrazo, como siempre; y enseguida acometemos el recorrido en autobús, como siempre. En ese amplio vehículo pero de angostos asientos, parece que ya no hay espacio para agarrarnos de la mano, tampoco en las ajetreadas y bulliciosas calles del centro. Pero no importa, mi comprensión por ti es inmensa, tan sumamente desmesurada que alcanza casi el infinito, casi. Espero el momento que me prometiste, pero no haces más que apartar tu cara de mi boca con raudos movimientos salidos de alguna película asiática de artes marciales.

A la despedida en mi portal, como habitualmente, no me dedicas ni el menor roce labial. Me separo de ti a duras penas; te dedico la más falsa de mis sonrisas, pretendiendo que te sientas bien, sólo por ti. Regreso a mi fiel ascensor, al que siempre me aguarda cual fiel can que espera a su dueño después de una intensiva cacería, en la que no ha alcanzado a ninguna presa durante tal desastrosa jornada de desilusiones. En él, en ese noble cubículo que me deja justo en frente de la puerta de mi casa, ni siquiera soy capaz de mirarme a la cara en su gran espejo que ocupa toda una pared. Me encuentro disgustado, enfadado, indignado, exacerbado; decepcionado en definitiva. Entro en casa y no, no pienso dedicarle una cara feliz a nadie, no pienso soltar una sola sonrisa, a mi guitarra es lo único a lo que le dedico algo de simpatía, tocando; y no sonriendo. Realmente me parece que la pesadumbre que mi espalda más se esfuerza en sopesar debido a su exagerado peso es la de privarme de destrozar algo, quizás debiera ser mi propia piel.

La tarde que continuó no fue más que una réplica de otras tales anteriores, calurosas y apenantes, sólo que en esta ocasión contaba con el valor añadido del rechazo múltiple, ese que se clava en mí.

Nosotros; tú y yo, que nos juramos amor eterno diariamente. Es como si en vez de a ti; besara al sufrimiento cada vez que me encuentro contigo.

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