martes, 11 de marzo de 2014

La cura Schopenhauer.

Esta mañana al salir de la consulta un hombre convulsionaba en el suelo de la recepción, no reparé en él porque el éxtasis y emoción que Antonio me transmitió como de costumbre me habían dejado temporalmente ciego. Cuando caminaba en dirección a la parada del autobús topé con un viejo conocido, pertenecía a aquellos tiempos tempranos en los que todos los colegas eran amigos. Ezequiel, tartamudo y neurótico, ahora su manera de hablar parecía mucho más forzada que entonces, durante los primeros segundos de conversación me planteé la posibilidad de que después de tantos años por fin hubiera perdido la orientación, pater siempre lo decía. Pude haberle evitado, pero no lo hice porque pensé que él lo haría primero, pero ni siquiera se fijó en mí hasta que le corté el paso y tuvo que mirarme a la cara. Me hizo sentir bien cuando me saludó enérgicamente, no me había reconocido, decía que mi cara había cambiado después de tantos años. Era curioso, ahora él estudiaba, y me preguntó por mí y mi familia, "¿Qué pasó con lo de tu hermano?", "¿Con "lo de mi hermano"?", "Sí, ¿cómo está?". "Yo estoy bien, estoy estudiando artes", y era mentira, ¿qué sentido habría tenido decirle que estoy pasando por la peor etapa de mi vida y que ocupo mis horas en divagar buscando un sentido a mi vida?

Me gustaría que después de mi muerte otros leyeran lo que escribo con intención de aprender, que escucharan mi música buscando inspiración, que me dieran las gracias por mi trabajo a través de las décadas y los kilómetros. Antonio dice que los grandes genios siempre fueron a contra corriente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario