martes, 8 de septiembre de 2015

Una noche más encerrado dejando para mañana lo que debería emprender hoy.

Tal vez ya sólo me siento digno empuñando un bolígrafo o tecleando un polvoriento teclado cubierto por una fina capa de mugre, qué puedo decir, soy un tipo reservado. Escribir significa abrir una herida en tu propia piel para indagar allá adentro, recoger la sangre derramada y caligrafiar con ella la historia de tus pensamientos, el porqué de tus manías y tus gozos. Hoy en día hay tantos estímulos, tantas luces que parpadean y que se mueven de arriba a abajo que la gente no se para a mirar en su interior, el motivo por el que hacen las cosas.

La verdad es una reluciente esfera de metal fundido, si la tocas te quema, pero cuando la ves brillar quieres hacerla tuya. Pero no puedes llevarla colgada del cuello, no puedes enseñársela a todo el mundo como si fuera un trofeo de caza, a la gente no le interesa esas mierdas. A la gente le interesa la plata, todo lo demás el polvo y aire para ellos.

Convivo a diario con espíritus mediocres que tan acostumbrados a ganar, a la victoria y la celebración no son capaces de aceptar un tropiezo, por eso cuando caigo me refugio en alguna esquina poco alumbrada y escribo estas líneas con firmeza para incinerar el odio. Cuando los días transcurren lentamente arrastrando sus talones pero los meses pasan rápido sin repostar en las gasolineras, hace frío aquí afuera y yo también necesito resguardarme.

Las personas rotas me hacen sentir bien, con el corazón hecho trizas y sus destinos insípidos. Entonces te dicen algo así como "el mundo está perdido y nosotros somos la solución", aunque no con esas palabras, así que me gusta pensar que mi cometido es avivar esa luz aunque la mía se apague. Entre locos me encuentro a gusto, soy un marginado que intenta hacerse un hueco entre las personas aunque le resulten perversas. Por eso cuando rasgo alguna superficie me gusta llegar hasta el final.

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