martes, 29 de septiembre de 2015

Llueve a cántaros ahí afuera, y pienso que del mismo modo en el que los pájaros se resguardan del agua en sus nidos también lo hacen los sintecho en los cajeros. Conforme a ello otro extravagante pensamiento cubre de cal mis heridas, a veces al amparo de la noche y del silencio entre calada y calada, mientras pudro mis alvéolos. Entonces me acuerdo de ti y siento lástima de que apuntaras tan alto y finalmente cayeras, de que la última vez que lo hice no supe que sería la definitiva, de haberlo sabido lo habría saboreado mejor. Nada tan revitalizante como girar la vista atrás y cerciorarse de que uno está en el lugar escogido a pesar de que el futuro escueza cuando el cerebro confabula con él.

Me acostumbré hace ya algún tiempo a todo ese compendio de miradas vacías, esos ojos en los que contemplo la repugnancia cuando les hablo del sentido de la existencia. A continuación me dicen que busque un puto sentido sentido a mi vida, y que en lugar de citar frases de eruditos muertos invente las mías propias. Ya lo hago, sólo que ellos no saben entenderlas.

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