martes, 2 de febrero de 2016

Esta noche sabe como las de antes, una vez más me encuentro frente a una inmensidad opaca que espera ser descrita, una vez más tengo miedo al futuro. La ignorancia de los demás me consume porque las personas me obligan a hacer esas cosas sin sentido que para ellos son de gran valor, me presionan, me coaccionan, y así es imposible ser realmente feliz. Mi madre llora tras la puerta porque no es capaz de comprender, de abrir los ojos y admitir que su amor la ciega y que lo que la sociedad dice que es lo adecuado suele ser lo más destructivo. Qué sabré yo si a ojos de la burocracia y las empresas soy un desecho, mi currículo cabe en un post-it y encima fumo droga.

Cuando la melancolía me seduce no hay nada que pueda hacer, bueno, sí puedo, pero no tengo ganas de esforzarme por superarlo. Así que finjo hacer lo que me mandan hacer y después regreso a casa para acurrucarme entre mis sábanas, ellas nunca me juzgan, siempre me dan amor. Aunque dicen que la verdad siempre sale a la luz, pero a veces es tan nítida que me paraliza; quiero decir, generalmente lo correcto no es lo que me apetece hacer por lo que constantemente las distintas zonas de mi cerebro discuten por encontrar el límite entre lo ético y lo puramente humano. Soy un vago, un inconsciente, un enfermo, un gilipollas que no se quiere a sí mismo lo suficiente como para construir un futuro pero que se odia tanto como para no dejar esas ideas a un lado y continuar flitrándolas y flitrándolas pasándolas una y otra y otra vez por el colador hasta que caigo dormido.

Soy un drogadicto, ¡Dios bendiga esta santa bronquitis asmática!, tal vez algún día derive en un cáncer o algo así y muchos respiren aliviados. El odio me consume quizás porque lo rechazo constantemente, y no es que no sepa usarlo, es que me parece del todo inútil. Mañana voy a seguir jodiéndome la vida, pero sonrío, el mundo puede ser un lugar maravilloso.

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