lunes, 1 de febrero de 2016

Mi mente es la lavadora, mis palabras son las manchas, mi boca es una pistola, se dispara si te marchas.

Soy un blanco fácil, los problemas siempre me aciertan. Estoy aquí tumbado sobre la hierba calentándome con el Sol mientras me pregunto si el mundo está loco o por el contrario soy yo el que está jodidamente enfermo. Pienso en que tal vez si todo el esfuerzo que las personas hacen para conseguir objetivos absurdos se empleara en construir un futuro mejor todo sería diferente, motores que generasen energía libre e ilimitada, alimentos y medicinas no manipulados para pudrirnos desde dentro, máquinas informatizadas que gestionasen los trabajos más aburridos y pocos funcionales liberando así al hombre de la opresión del empleo.

No lo sé, vine a este mundo arrojado por las leyes del universo y quieren que de las gracias, que no me obsceque, que no pregunte por qué. Mientras permanezco yerto tumbado en el colchón es como si toda la tristeza del planeta se centrara en mí, acudiera a mi encuentro desde miles de kilómetros de distancia y se depositara en mi pecho para pasar allí algún tiempo y más adelante salir expulsado a gran temperatura. Es como un proceso geológico en el que toda clase de ideas rozan, chocan y se compactan bajo la presión de mi respiración, y cuando contemplo un cuadro bonito es como si todo eso se evaporase por unos momentos.

Me preocupa más la ignorancia ajena que mi propia soledad, a ella sé domarla, sé cómo engañarla, le digo que toda tempestad se calma y que no hay herida que el tiempo no pueda sanar, que cada día soy más fuerte y convencido, que sólo un esfuerzo más.

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