lunes, 22 de febrero de 2016

Hice un pacto con el diablo, yo le entregué mi voluntad y el me otorgó la efímera satisfacción que siempre se drena por las tuberías del lavabo.

Todo lo que ves es una ilusión y tan pronto como te dejes seducir por ella caerás en la maldición a la que aquellos ilusos del pensamiento se enfrentan. Lo que percibes, tu entorno, son números, pura matemática que tu cerebro ordena y clasifica como un procesador, por eso quiénes busquen estados alterados de conciencia serán un poco más libres al aceptar que el mundo no es como lo observamos, sino una amalgama malentendida de miles de estímulos que en nuestros cerebros cobra distintas formas. Por lo que no puedes aceptar con total seguridad que el amor que sientes o el rencor que te quema sean simples pensamientos originados por el contacto con la realidad, pues la realidad puede estar siendo inventada por tu mente. La única certeza que tengo es que existo, ni siquiera mi cuerpo o mi cerebro, sólo mi pensamiento, a partir de ese punto podría especular con la posibilidad de que estas líneas que lees no sean reales o incluso tu conciencia, y todos los seres vivos con los que me relaciono sean un espejismo. Tal vez ese diminuto fragmento de mí, que siempre está y siempre estuvo, sea lo único que tengo, y todo lo que toco, huelo, contemplo, siento o saboreo sea una quimera, y en algún lugar entre los pliegues del espacio-tiempo se encuentre un tipo con barba y túnicas blancas con un triángulo flotante con un ojo en medio sobre su cabeza.

Voy por ahí caminando bajo el Sol sintiendo su calor puro, encerrado en mis pensamientos que son lo único que tengo y se atreven a llamarme loco. La impunidad de las personas es completamente insignificante, ya no las odio por cometer actos viles y egoístas, ahora me hacen sentir lástima y empatía porque la ignorancia les devora como un cáncer.

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