domingo, 17 de abril de 2016

Cuando estoy destrozado no hay nada que me haga levantar, ni siquiera algo de droga o la posibilidad de resolverlo todo con favorables resultados, la melancolía es más fuerte que mi adicción y las ganas de ser feliz. Las ilusiones se disuelven en la realidad como el azúcar en el agua hirviendo, igual de dulces e igual de arenosas, me gustaría ser más imaginativo para vivir sólo de mis sueños y morirme medio dormido. Siento una especie de ansiedad que va ligada a la dejadez y a la desidia, qué ironía. A ratos creo que el mundo cupiera en mi boca, pero no por mi esófago, por lo que la mayoría del tiempo el aburrimiento me invade como si no existiera nada que pudiera complacerme.

Llevo algunos días siendo muy feliz, más de los que estoy acostumbrado, me he dejado elevar tan alto por mis pretensiones que hoy la caída ha sido dura. Lo acepto, toda buenaventura exige una retribución, toda felicidad una devolución, y yo siempre estoy al corriente de pago. La esperanza me mantiene con vida, me arropa por las noches, me hace sentir mejor que la verdadera felicidad porque cuando la he conseguido significa que la aventura se ha acabado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario