martes, 5 de abril de 2016

La inesperada virtud de la ignorancia.

Cuando naces ya estás muerto, cuando mueres no ves nada que no hayas visto antes, nunca has estado vivo, la vida es sólo una ilusión. Pero tú sigues en el teatro, actuando cuando crees estar viviendo y fingiendo incluso cuando piensas que eres sincero, no podrías rechazar ese papel aunque lo interpretaras durante un millón de años. No tendrías cojones.

En cada ladrillo veo el rostro de quien lo puso allí, camino por la calle y en el reflejo de las marquesinas de las paradas de autobús miles de ojos me contemplan. Ojos viejos, cansados... reclaman su momento de gloria, quieren ser recordados, diferencian muy bien a los escritores del resto de personas mediocres. Si escuchas que llaman a la puerta no abras, no des permiso a extraños para entrar en tu cabeza, incluso si oyes una voz al otro lado de la madera diciendo que es dios, no abras, nunca lo creas, si te ofrece grandes recompensas aún menos. ¿Popularidad? ¿Quién quiere popularidad?, la popularidad es sólo la cuñadita guarra del prestigio. Yo quiero alegría y danza, nada puede detenerme, y si algo lo consigue caigo en picado hacia el fondo del pozo lo más rápido posible para volver a salir de él cuanto antes, no evito la melancolía, ella me hizo crecer, ella es mi segunda madre. Siento pena de quienes rechazan el dolor, a quienes en las noches de ansiedad un cristal opaco cubre sus miradas y no les permite ver el cielo estrellado, ¿si jamás se sintieron como putos dementes cómo van a llegar a verse cuerdos? La soberbia me hizo libre y la esperanza me mantiene a flote, aunque la vida se ría de mí con buenos resultados yo nunca desistiré, si quieren verme muerto tendrán que matarme.

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