jueves, 11 de enero de 2018

breathing holes

¿Qué habré de hacer para conquistar la ciudad de las siete puertas? ¿Qué habré de hacer para hacer el cielo bajar un poquito y hacer entender a mi inteligencia? Un puzzle gigante, un calcetín mojado, la conclusión de toda una vida. Mis flores de Primavera se marchitan en sacos de látex, cuánto amor malgastado, me digo, cuánto dolor causado a cambio de nada. Cuando pienso en tu cara me dan ganas de reventártela, después la melancolía llega y lloro un poco por dentro, podríamos incluso ser amigos. A veces lo pienso y a veces ni siquiera recuerdo tu nombre, en ocasiones pienso que no está tan mal y en otras no puedo fingir. Las cuencas de tus ojos son agujeros profundos como pozos sin fondo rodeados de ojeras oscuras del color de la madera quemada, en el centro dos canicas de colores hermosos pintadas por Van Gogh justo antes de morir.

Prosigo con mi marcha, sigo perdiendo el tiempo, pienso mucho y actúo poco, lo que hago lo hago porque me es fácil, algunas cosas buenas y otras malas. Un día más atajando por las calles, esquivando meadas y almas rotas que buscan problemas porque piensan que no les puede ir peor, pero se equivocan, la cosa siempre puede ir a peor. Canto el santo nombre del señor, busco a Dios en los libros y en los fondos de todos los vasos y botellas, en colillas aún encendidas que arrojo al vacío con repugnancia desde mi azotea. Nadie encuentra lo indicado, bastardos esclavos de la dependencia a ser dependientes, siempre buscando un hilo fino del que colgar. La vida puede ser tan maravillosa como la imaginemos ser, lo peor de necesitar cosas es no tenerlas, el sufrimiento reside en la escasez.

Me da tiempo a pensar en todo eso y mucho más desde mi cama compartiendo humo con el viento. Esto no está tan mal, pienso también, aún me quedan ganas.

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