domingo, 12 de junio de 2016

Alegoría a la diosa Gea.

Estábamos ya recogiendo la mayoría de las vallas de la pista y subiéndolas a un carro enorme en el que cabían por lo menos treinta de ellas, a veces la única manera de llegar con las vallas al almacén donde iban a ser guardadas era invadiendo algunas calles por donde corrían los atletas, a raíz de ello tuvimos algunas oportunidades para sentarnos a contemplar la carrera mientras esperábamos a que terminase para poder pasar. Vi a las ocho competidoras en sus marcas de salida estirando y resoplando, dando breves secuencias de saltos cortos envueltas en una tensión muda, serias, sobre todo serias. Se pusieron en posición y sonó el disparó, salieron con una propulsión brutal, sus cuerpos eran como máquinas, sus músculos se comprimían y descomprimían en constante fricción generando así el calor necesario para hacerlas avanzar. Corrían más rápido que los tíos y con más estilo, con más encanto y con más dulzura, pero también con más vigor y con más agresividad. Las contemplé siempre que pude, y cuando lo hacía no paraba de pensar en la fuerza que tenían dentro, sobre todo en las piernas, no eran como las de los hombres, cuadradas y marcadas, sino redondas y anchas conforme ascendían hacia las caderas. Eran mujeres colmadas de puro nervio, llevaban la combustión en las venas, seres extraños y bellos con poder casi ilimitado tanto en el cuerpo como en la mente.

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