domingo, 19 de junio de 2016

Hay un sitio al que suelo ir cuando quiero estar solo, cuando voy allá nadie sabe donde estoy, es mi escondite secreto. Camino durante un buen rato y cuando llego con suerte aún el Sol no ha saltado por completo el horizonte y contemplo a la ciudad entera encenderse. Después paseo por los lugares menos transitados hablando para mí, haciendo sonidos con mi boca como si hubiera orejas que pudieran escucharlos, con mi voz le cuento a la nada mis problemas. Pareciera que alguien está a mi lado, alguien que está dispuesto a escuchar cualquier locura y no juzgarme, pero no es así.

Me gusta ese sitio al que suelo ir, me hace sentir como el protagonista de una de esas películas de amor adolescente en las que el chico mira el atardecer con pose interesante y cara de gilipollas atormentado por el arrepentimiento. Aunque yo no me arrepienta la soledad a veces es dura, aunque nunca aburrida.

Algunas noches me gustaría morir, al menos antes de que el amanecer me alcance. Admitir que estoy en la mierda sería dar un paso más cerca de ella, no hay nada que admitir, si fuera feliz sería un imbécil. Oh, vamos, no hay nadie que pueda decir lo contrario, sólo podría significar que me han practicado una lobotomía.

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