miércoles, 8 de junio de 2016

La mierda fluye colina abajo hasta desembocar en el mar donde los animales beben. Donde yo bebo.

Por un rato hoy he sido el crío que era ayer, confiado, iluso, crédulo y traicionado, sobre todo traicionado. Me siento como el último trozo de mierda, luciendo débil y esquivo, y sí, sí que soy débil. Fue patético por mi parte, tratar con las personas es como apostar, al cabo del tiempo no te queda otra que jugártelo todo a un color, pero la estadística no miente y tarde o temprano perderás. No estoy enfadado, o trato de no estarlo, tan sólo decepcionado, ¿a quién puedo culpar de lo sucedido? Yo soy el culpable.

No confiar en nadie y estar solo o vivir conforme a los accidentes, sigo siendo el mismo, y hoy me he dado cuenta. La mayor prueba de ello es que estoy aquí sentado, escribiendo, pensando en mis paranoias mentales de siempre y contándoselas a nadie como hace miles de días. Pero lo peor de todo sin duda es la melancolía. La melancolía es la felicidad que sientes cuando estás triste, melancolía por permanecer parcialmente muerto durante todo este tiempo y no haber querido darme cuenta. 

Soy un perro, eso es lo que soy, un perro que vaga entre las sombras sin nadie a quien querer salvo a la madre que me parió y con unas manos pegadas a un cuerpo que contiene un alma que ya nació vieja.

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