jueves, 4 de julio de 2013

Ayer me encontré a Francisco.

Pensarlo es el primer paso para hacerlo, el segundo es preguntarle a algún amigo y que te responda lo que más le beneficie. Si me encuentro temeroso de algún posible peligro real más allá de las fronteras imaginarias de mi propio cerebro, charlo un poco con amigos y fumo, de esa manera los problemas se marchan bailando como el humo. Más tarde ascienden hasta las nubes, se condensan como el vapor de agua y vuelven a llover sobre mi cabeza, es un ciclo que nunca acaba. ¿Nosotros somos también un ciclo?, no estoy preparado para lanzarme de nuevo al vacío con los ojos vendados. Pero siento en mi fina piel cada frío adiós por teléfono y las innumerables miradas que perdemos en el aire. Y lo siento, porque aun soy demasiado yo como para actuar de marioneta y disfrutar de mi función.


Después de cada ardua reflexión persiste el pensamiento de la posibilidad de asentarlo todo, de que las mareas se calmen y el Sol vuelva a iluminar y calentar los árboles, de que todo haya sido un mal espejismo de auto-protección por parte de mi cerebro. A veces la realidad se presenta más dura de lo que se había planteado previamente en la imaginación, pero eso no la hace más cierta ni más verdadera, sólo más cruda. 

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