sábado, 27 de julio de 2013

Mi dios son los hombres concienciados y mi diablo la cultura.

Oh, ¿y qué esperaban de mí? Separados por un implacable mar que sabe amargo en lugar de salado. Rozo límites que considero imposibles de superar, y como de costumbre la vida me presenta la oportunidad de al menos igualarlos, una vez en ese punto me siento preparado para dar el salto definitivo a sobreponerme, pero decido lanzarme al vacío. Caer es divertido, porque ves las cosas pasar por delante de tus ojos a velocidad de vértigo, si me mantuviera en lo más alto tan sólo vería las cosas pasar sin formar parte de ellas, y eso resultaría tan aburrido.

Nunca te mentí aunque nunca me fié, ¿pero cómo sabes que no te estoy mintiendo ahora mismo? Eres increíble, porque siempre me haces pensar, sin siquiera quererlo, que tengo la situación controlada para en cualquier momento asestar un golpe contra mí, y lo más extraordinario es que no necesitas hacerlo a la espalda para que resulte exitoso. Pero tú eres la profundidad del mar, esa fuerza invisible e indestructible que se encuentra tan sólo en el corazón de la gente con corazón, ¡y con corazón no me refiero a la empatía ni a la solidaridad! Cuando veo su cara en fotos pierdo su nombre de mi cabeza y todo se convierte en un amasijo de tripas sangrientas desperdigadas por el monitor, ¡pero caray, ya sabías a lo que venías pero yo no! He visitado tu diminuta ciudad y me sigues dando miedo, porque aquí las cosas más inesperadas ocurren sin incluso divisarlas en el firmamento, y lo había olvidado.

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