sábado, 27 de julio de 2013

De pronto, mediante un esfuerzo como el que hacemos para apartar la cabeza de la almohada en plena pesadilla, Winston logró transferir su odio del rostro de la pantalla a la joven de cabello moreno que tenía detrás. Vívidas y hermosas alucinaciones cruzaron por su imaginación. Se vio golpeándola hasta la muerte con una cachiporra de goma, atándola desnuda a una estaca y acribillándola a flechazos como a un san Sebastián, violándola y cortándole el cuello en el momento del clímax. Por si fuera poco, comprendió mejor que antes por qué la odiaba. La odiaba por ser joven, guapa y asexuada, porque quería acostarse con ella y nunca lo haría, porque en torno a su dulce y cimbreante cintura, que parecía estar pidiendo que la rodearan con el brazo, no había más que la odiosa faja roja, un agresivo símbolo de castidad.

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