lunes, 7 de octubre de 2013

A cada segundo un paso más cerca de la autocomplacencia.

¡Ah, sí!, recuerdo a uno que por avaricia puso en juego más de lo que podía llegar a ganar, y lo perdió todo; recuerdo a otro al que le cegó su propio egocentrismo y nunca quiso darse cuenta de que el mundo no giraba alrededor de él, y malgastó su vida viviendo en mentiras sin saberlo; y a otro que por su soberbia tomó el camino que le pareció mejor sin tener en absoluto en cuenta los consejos del resto; y consiguió su propósito a pesar de las expectativas.


Algunas noches son absoluta dedicación a aguantar los ronquidos de mi hermano o del vecino, intentando expulsar de mi cabeza todas aquellas voces de recuerdos pasados que me desestabilizan. Ay de mí, que me adultero un poco más cada vez que te pienso. Ay de mí, que no hallo consuelo en esta tierra inerte y cambiante de víboras. Ay de mis hermanos, que no conocen más realidad que la que le obligan a tomar como tal. Concedo el honor, o la osadía de verme cumplir algún día, la destrucción que los suicidas como yo empleamos con valentía. En los brazos permanecen las marcas inmutables del dolor, ayer heridas, hoy cicatrices, mañana estrías.

No pienso en la victoria, ¡ni siquiera pienso qué deparará mañana! Cada nuevo crepúsculo supone una nueva sucesión de retos, ¡retos que no estoy dispuesto a afrontar! No, no pienso enfrentarme a ellos, ¿cuándo carajos pedí nacer? Han habido algunos tiempos salpicados en los que me he sentido feliz, pero era una felicidad tan momentánea, tan efímera, tan falsa que dudo pueda considerarse como tal. Dios inventó el infierno porque si castigara a los humanos a pensar de cara a un rincón correría el riesgo de que nos diéramos cuenta de que en realidad no existe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario