lunes, 21 de octubre de 2013

Why I sing the Blues.

Eres la gomina que mantiene mi pelo tenso hacia arriba, eres ese viento nocturno que se desata sin previo aviso y no me deja dormir. Después de despedirnos con un abrazo ambos fuimos en direcciones opuestas, y cuando ya eran unos cuantos metros los que nos separaban gritaste mi nombre, di un giro de ciento ochenta grados y choqué con tus ojos y el bonito contraste que hacían con tu camiseta azul; me sonreíste dulcemente y seguiste tu camino. Yo me había quedado con ganas de más, así que te seguí y cuando estaba en la acera opuesta a la tuya me senté en una parada de autobús para verte mientras esperabas el tuyo. Mantuve la mirada fija en ti, y cuando la percibiste la tuya me atravesó los ojos como dos alfileres incandescentes, me prendiste en llamas desde dentro. Te mantuviste impasible como si ni siquiera te hubieras dado cuenta de que estaba acechándote, de que yo no tenía que estar allí; supongo que comprendiste que estaba allí por ti. Durante minutos nos estuvimos mirando fijamente el uno al otro desde la distancia, y sentí temor al comprender que eres un don que no puedo ostentar, una diosa de una religión incognoscible que los hombres no pueden creer; me levanté y me fui.

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