domingo, 15 de noviembre de 2015

Relato de una noche breve pero intensa.

Era una noche fría en el pueblo, de esas en las que salíamos juntos a beber a locales en los que vendían alcohol a menores y se podía jugar al billar. Ya andábamos muy puestos, y cuando el fervor adolescente se dormía progresivamente nos fuimos de allí. Caminamos entre las calles apagadas sobre el suelo de cemento armado, yo estaba mareado, de nuevo vodka y ron, y tú querías enseñarme algo. En el extrarradio pasamos por delante de la entrada del cementerio, me contaste entonces que algunas noches atrás habían sacrificado a un carnero como parte fundamental de algún rito satánico delante de las verjas de hierro de la puerta, y justo allí una gran mancha de sangre oscura rezumaba acaso algo de vida todavía. Continuamos, y cuando terminó el camino edificado nos encontramos en la oscuridad sin farolas, sin coches, sin gritos de jóvenes borrachos cantando tonadillas, sin nada. Nos tumbamos sobre un sendero en pendiente que a su vez se ramificaba hasta casas y sus respectivos terrenos extraviados en ninguna parte, nos liamos un par de porros y miramos al cielo. Era extremadamente bello, contemplar la luz que La Luna robaba al Sol y que marcaba de manera incandescente los bordes de las montañas que nos rodeaban coloreadas de un profundo negro mate. Un velo de inconfundible secreto nos adormeció, y rodeados por la penumbra simplemente hablamos sin emitir sonido y escuchamos sin oír ni un ruido. "Qué precioso. Jamás pude imaginar tanta belleza".

Bajamos y topamos con el río que da nombre al pueblo, y nos detuvimos en mitad de un puente para escuchar el agua fluir corriente abajo hacia la inmensidad. Continuamos andando y topamos con una luz a un lado del camino, se trataba de una pequeña ermita de la Virgen de Nuestra Señora de Gracia, nos paramos delante de ella, juntamos las manos y cerramos los ojos. Yo recé por no perderte nunca, porque a través del tiempo y el espacio en el interior de nuestros lóbulos frontales siempre hubiera algo de química dispuesta a socorrernos y a hacernos pensar el uno en el otro.

Cuando terminamos encendí mi porro apagado con el fuego de una de las velas colocadas allí por algún devoto, le di las gracias al culto de un ente inexistente y volvimos de regreso a tu casa.

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