domingo, 23 de octubre de 2011

Nada de lo que ocurre se olvida jamás, aunque no se pueda recordar.

El maestro Howl, dueño y señor de su castillo errante, una fortaleza andante con patas conocida en el país entero. Uno de los mejores y más talentosos magos, sino el que más, del reino, que a menudo era requerido en la corte por sus habilidades. Rubio, media melena, ojos azules, apuesto, caballeroso, meticuloso con su aspecto y pulcro ante todo... Por el lugar no se hacía justicia a su verdadera apariencia, porque todo el mundo creía que era un malvado y horrendo brujo que devoraba el corazón de las jóvenes.

Un día en el castillo, como otro cualquiera, durante una de las habituales ausencias de Howl, entró a la fortaleza una anciana arrugada, de pelo canoso y largo y nariz prominente. La vetusta mujer padecía de un encantamiento, un hechizo provocado por la famosa Bruja del Páramo que le hizo envejecer con la velocidad del rayo. En realidad, aquella mujer era una bella, aunque antisocial y tímida joven. Sophie era su nombre, Sophie la de largo cabello castaño. Aquella mujer, bajo el pretexto de ser una pobre desamparada comenzó a trabajar, o algo así, como limpiadora y ama de llaves. Verdaderamente trabajaba en una tienda de sombreros en la ciudad, pero se vio obligada a viajar a los páramos para buscar a la nigromante que le indujo tal maldición.

Cálcifer, demonio del fuego, encargado de mantener la energía del castillo y hacerlo avanzar, irónico y malhumorado, promete ayudar a Sophie a condición que ésta le ayude a él a deshacer el encantamiento que le tiene preso al castillo ambulante y a Howl. Ella despreocupada, acepta, pues piensa que nada le puede ir peor en la vida y que tomar cualquier decisión será mejor que quedarse de brazos cruzados.

A los pocos días de instalarse en la fortaleza decidió limpiar a fondo, pues más que un castillo, ese lugar parecía mejor dicho una pocilga. Polvo e insectos salían precipitadamente por las ventanas, era gracioso de ver. El baño del amo Howl estaba especialmente sucio, moho en los húmedos mosaicos y verdín en el agua de la bañera. Sophie decidió, buscando el afecto de su señor, deshacerse de todo lo viejo, limpió a fondo esa habitación. Al regreso del mago, éste decidió tomar un reconfortante y caliente baño, Cálcifer lo tenía todo preparado como siempre, porque su amo siempre llegaba baldado al castillo después de horas y horas de durísimo trabajo en el exterior. Pero algo no fue bien, porque Howl salió precipitadamente del baño, húmedo, con tan sólo una toalla atada a la cintura que lo tapara. Su pelo se encontraba negro, oscuro como el rencor. ¡Se estaba deshaciendo en sí mismo!, dejaba tras de sí un líquido verde transparente, era su piel, se estaba derritiendo. La anciana sin pensar en las desastrosas consecuencias que acarrearía, mientras limpiaba hizo desaparecer todos sus acondicionadores, cremas, enjuagues, colonias, champues, geles, jabones, cosméticos, tintes, pomadas y demás. Todas las lociones que Howl necesitaba para mantener perfecta su imagen habían desaparecido."Nunca volveré a ser guapo, me has destrozado la vida, estoy acabado. ¿Sabes lo que has hecho Sophie?" le reprochaba el hechicero a la pobre anciana.

Howl jamás recuperó su artificial tono de pelo, jamás volvió a levantarse de la cama, se sumergió en el interior más abismal de su amargura y desconsuelo. Estaba dentro de sí, y no quería salir. Su habitación se había convertido en un pozo sin fondo, una especie de laberinto; un cuarto de odios, rabias y antipatías hacia sí mismo. Sophie se pasaba los días junto a él, pero no sirvió para nada. Realmente Howl nunca le guardó rencor y se lo hacía saber siempre que ella lloraba.


Finalmente Howl murió de pena, Sophie se quitó la vida debido a la culpabilidad que sentía y Cálcifer se deshizo en sus propias cenizas.

En ocasiones, alguien entra en la vida de alguien, cualquier persona, y poco a poco se va adentrando en lo profundo; en lo más hondo de las entrañas, tan recónditamente que es imposible percatarse. Cuando ese individuo necesita salir apresuradamente por cualquier motivo, produce roces y heridas en los intestinos, tan graves que da la impresión de que tardarán una eternidad en sanar. Sophie era una de esas personas para Howl. Él juró dar hospedaje a cada uno de los sujetos que se acercaran a su castillo desamparados.

Sophie nunca consiguió deshacerse de su maldición. A veces las cosas no acaban bien.

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