lunes, 8 de junio de 2015

En absoluto importa lo que hiciste ayer o lo que quieras hacer mañana, el tiempo no sólo trastorna drásticamente la resolución de nuestros actos e intereses, sino que en ocasiones también desmiembra recuerdos para hacerlos más acogedores e idílicos inclinando aún más la balanza a favor de la nostalgia. Pensaba que el conocimiento me daría la calma y la seguridad del que sabe, del que jamás se pierde; pero hasta el momento tan sólo me ha hecho sentir ridículamente insignificante ante las cuestiones a las que me enfrento a diario. Es difícil de comprender, que obligaciones (e intereses de vital necesidad para la supervivencia en esta jungla que llaman sociedad) como buscar empleo pierdan la trascendencia necesaria para preocuparme cuando toda clase de preguntas existenciales llaman a mi puerta. ¿Quieres una respuesta dócil?, cierra esta ventana, hice mal enviándote aquí o erraste cuando por casualidad o causalidad decidiste entornar la puerta de este universo perverso a los ojos del resto. El único sentido que he logrado encontrar, o inventar, es el de situar nuestra irrisoria existencia en un espacio infinito durante un tiempo infinito, pero que alguna vez no existieron.

Todo lo que soy se deshace como castillos de arena por el incesante retorno de las mareas, que golpean las persianas de mis párpados cada noche haciéndolos ondear en la profunda oscuridad de mi habitación donde un loco fermenta su obra más grandiosa. Soy un pobre energúmeno orgulloso de no seguir la corriente u otro individuo adelantado a su tiempo que padece los tortuosos engaños de una cultura enferma que hace también enfermar a sus vástagos. La infección de la ignorancia se propaga con rapidez, la cura está en los libros, en los muros, en notas de sonido armónico que se deslizan por el aire. Si me rindo ellos habrán ganado.

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